«Ponte tus zapatos de tacón y taconea»
A los 16, usaba botas militares de puntera, jeans rotos, y para uno que otro matrimonio, calzaba con sacrificio unos pequeños taconcitos de 3,5 cms. que me hacían sentir ridícula. Luego, como a eso de los 23 me volví extrañamente una señora muy formal. Tanto, que mi mamá y yo compartíamos la ropa.
Pero como a eso de los 26 empezó a pasar algo extraño conmigo. Obviamente ya ni pensaba en las botas militares (porque claramente la onda grunge ya se me había salido de la cabeza), con la ropa de mi mamá me sentía disfrazada y para rematar, me había hecho la promesa solemne de nunca usar un sastre. Entonces, lo que tenía ante mis ojos era una verdadera crisis de… identidad!
A esto le sumaba el trauma de caderona, usaba sacos largos dizque para disimular los conejos y de paso, evadirme de los poco galantes piropos de obreros y policías. Mejor dicho, mi closet y mi estilo eran un fracaso. Ahora que miro en perspectiva, parecía una niña buena, con síndrome de monjita reencauchada.
Abría mi closet y encontraba una verdadera colección de ropa comprada de manera compulsiva siempre en rebajas, de manera, que todo parecían retazos que no iban unos con otros, y las faldas largas y escuálidas que me acompañaron en alguna época ya me parecían absolutamente aburridas. Lo que en realidad quería era sentir mi piel, verme a un espejo y encontrar allí retratada un poquito de mi sensualidad.
Poco a poco, me fui reconciliando con mi cuerpo, que creo, es la puerta de entrada hacia cualquier proceso de construcción de identidad. Aparecieron como por arte de magia las camisetas de tiritas, las medias de malla, las faldas a la rodilla (por fin) y la intención de encontrar un buen peluquero que le quitara volumen a mi melena de niña buena.
Ya a los 31 me sentía realmente más sexy, más cómoda conmigo y con mi ropa. Pero faltaba algo. Un día mi amiga Sasha apareció en una cena con “¿tacones?”, gritamos todas al unísono. Y ella, sin pudor, nos desfiló como si montada en esos 6 cms. caminara por una pasarela.
Todas quedamos atónitas. ¿Cómo era posible que alguna de nosotras usara tacones si habíamos jurado andar de converse toda la vida? El caso es que Sasha se pavoneaba cómoda por todo lado con sus tacones y la verdad, se veía muy chic.
Tengo que confesar que ese episodio me movió el piso. Un día iba pasando por un almacén y vi unos tacones nada convencionales y luego de llamar a mis amigas a consultarles y llamar a mi mamá (quien se rió de mi y me aseguró que nunca me los iba a poner), tomé aire, me los probé, los caminé en el almacén una y otra vez y los compré.
Efectivamente, duraron como un año guardados. Y yo mientras tanto, me hacía la loca con el tema. Todas paulatinamente fueron comprando también sus tacones de manera discreta. Hasta que un día en una de nuestras amadas cenas, coincidimos con tacones. Al vernos, los chicos nos silbaron y dijeron cosas bonitas. Como de costumbre, nos encerramos en la cocina a adelantar cuaderno y el primer tema, fueron por supuesto, los tacones. Confesamos nuestra inseguridad al caminar, pero al mismo tiempo, todas destacamos su efecto embellecedor sobre las piernas y la conclusión es que debíamos ser constantes hasta dominarlos.
A las siguientes cenas, continuamos llegando entaconadas, pero la última sorpresa nos la dio Andrea cuando se presentó con su bella cara pálida, como de costrumbre, sin una gota de pestañina o rubor, pero con los labios rojos. ¡¡¡Eso era el colmo!!! Se veía más hermosa que nunca. Llevaba unos tacones verdes eléctricos, unas medias de malla negras y esos labios rojos…
A la semana, Catta se atrevió a probarlo y se miraba y se reía ante el espejo. Después de mucho darle vueltas salió a la calle y me cuenta que se sintió auténticamente sexy.
La próxima en probarlo fui yo y quiero confesar que ese coctel de tacones y labios rojos es frenético. Por eso, a todas las que pasan de largo ante los tacones, les digo que se animen, que se encierren en sus casas y practiquen hasta vencer la timidez y que esculquen en sus cosmetiqueras y rescaten esos labiales rojos que ya habían mandado al olvido. Por que, lo que es a mí, esa combinación me hace recordar a un Cosmopolitan bebido en buena compañía, un miércoles por la noche.