Sé que hay muchos espacios donde se escucha sobre esta palabra, y aún más los que la viven o dicen vivirla. Sin embargo hoy le quiero dar cabida a que la miremos de una forma.

Hay ocasiones (sino la mayoría de las veces) donde la soledad es sinónimo de sin vida, donde nos adentramos a un mar de sufrimiento, porque en tiempos pasados le regalamos nuestra capacidad de vivir, de sentir, a otro.  Nuestra vida suele estar totalmente condicionada a un compañero, a un amigo, a un familiar y en el momento que ya no esta, nuestra capacidad de disfrute disminuye, y nuestra existencia casi siempre la ponemos en tela de juicio.

También la soledad se ve como esa única oportunidad para auto conocernos, para auto realizarnos, para aprender, para crecer, un espacio donde vivimos de forma autónoma, donde creamos nuestra propia abundancia, y donde se sostiene la premisa de la existencia, la premisa del camino espiritual y de la vida, viniendo con la misión de reencontrarnos y de reconocer nuestra esencia; sin embargo, cabe resaltar que a pesar que algunos tengan “clara su misión”, el ser humano también nos hace cooperativos, teniendo un sentimiento de hermandad, de familiaridad, y por ende una necesidad ya sea de compartir, de enseñar o de poder.

Hoy quiero entonces que nos centremos, no en la soledad como vehículo para la autorrealización, ya que en esa medida entenderemos que no estamos solos (o que ella es nuestra aliada), sino por el contrario, quiero abrir el marco, la puerta de ese sentimiento que nos ha invadido a todos. Ese sentimiento que nos estalla por dentro y que nos hace infelices, sintiéndonos inservibles, o que nos hace dependientes de una persona como una droga.

Somos humanos y por ende debemos “sufrir”, debemos pasar por diferentes procesos que nos van hacer crecer queramos o no, por ello es mejor ser más compasivos con nosotros mismos, y en vez de empezar un proceso fuerte o trabajoso, podemos empezarlo con amor.

¿A que me refiero? , me refiero a que le debemos dar cabida al dolor, a que permitamos que la tristeza, que las lagrimas también estén dentro de nosotros. La invitación es a que no neguemos el sentimiento, a que no nos contengamos, a que no reprimamos las lagrimas cuando quieren salir, sino que por el contrario le debemos cabida a nuestra emocionalidad, a que volvamos a la casa de nuestra vida, a ese corazón que palpita y que quiere hablar.

Solo cuando reconocemos nuestro presente, solo cuando reconocemos que estamos tristes, que nos sentimos solos, desamparados. Solo cuando nos reconocemos débiles, cuando sentimos que no podemos solos, que nos hace falta nuestro padre, nuestra madre, nuestros hermanos o amigos, es solo allí donde se produce el verdadero aprendizaje, puesto que no se niega el dolor, sino al contrario nos convertimos en personas, en adultos responsables de nuestra emoción y la tratamos, la observamos, permitiendo así que se abran procesos de duelo, de compañía y donde se sane poco a poco tal sentimiento.

Es momento  entonces de reconocernos humanos, de ser más humildes y abrazarnos, de ser autocompasivos y ser pacientes, puesto que ni el dolor, ni la felicidad son para siempre, todo en esta vida es impermanente. Y como dice Pema Chodron, cuando no luchamos contra la impermanencia , estamos en armonía con la realidad.

Ejercicio practico:

Antes de acostarte regálate un tiempo, coge una hoja y escribe en ella el momento en que te has sentido más solo(a), luego deja la hoja debajo de tu almohada y durante una semana vas a verla todos los días. Trata al final de la semana observar como te sientes y comparar el primer día con el ultimo.