Los abuelos indígenas, quienes recorrían el Camino Rojo y protegían este conocimiento, previeron con admirable exactitud el retorno del hombre al seno de sus raíces. Sabían por su infinita sapiencia que lo haríamos, al ser una convincente posibilidad para hallar nuestra quietud o paz interior: “los nietos del hombre blanco, decían, el mismo que aniquiló nuestra gente y nuestra cultura, volverán a buscar en la fuente del conocimiento ancestral lo que a nosotros se nos quitó”. Con este mensaje los ancestros Lakota, guardianes del Camino, elevaron sus rezos al gran Búfalo blanco, cuyo espíritu sobrevive por siempre en las praderas y en el corazón de estos pueblos.

También lo sabían los Yoruba; sus ancestros obligados a dejar su tierra, sus linajes y cultura fueron traídos de África como esclavos a América, un continente alejado de sus reinos y sus secretos, pero allí resistiendo a bregas y agotando sus vidas en las plantaciones cuidaron con celo y arrojo el pilar de supervivencia: su cordón espiritual y los principios ancestrales de su tradición, un saber que no les pudo arrebatar el hombre blanco.

Pero la álgida colonización también avanzó por el nuevo continente y alcanzó en Mesoamérica a los maya, un pueblo que pese a todo y las circunstancias históricas adversas ha conservado una de las mayores tradiciones ancestrales en el mundo, casi todas grabadas en el Popol Wuj, su libro sagrado, y en sus diversos códices, pirámides, calendarios y estelas. Arraigados en sus creencias, sabios y dignos en su dolor, los maya migraron a las más altas montañas para guardar allí lo más fascinante y bello de su espiritualidad, los secretos de su monumental arquitectura y su increíble y perfecta astronomía. “Los relatos del Pueblo Maya además de ser fieles a sus escrituras sagradas son documentos históricos fidedignos y pilares en las creencias y principios de este pueblo; por ello hoy mucha gente busca afanosa y fervientemente en el conocimiento y en las raíces maya la plenitud espiritual de sus vidas”, decía el Ajq’it (guía espiritual) Gerardo Kanek en una de sus conferencias, que ofreció en Colombia antes de retornar, en 2010, al seno del Camino Blanco.

En Norte Colombia y Venezuela, sólo por dar un ejemplo, los wayuu escriben su refinada gramática y su atrayente poética gracias a la esencia de sus conocimientos y raíces ancestrales; los abuelos del pueblo del desierto narran la visión sagrada de sus sueños y reciben orientación para dedicar su vida a conciliar conflictos por medio de la palabra oral y la sensatez de su conocimiento. Mientras en la región sur del país, justo en la división de la selva Amazónica y el gran Orinoco, los Piaroa invocan a la Gran Estrella y le danzan en sus fiestas rituales del Huarime. No obstante para este prodigioso pueblo de profundar raíces espirituales, asentado en la inmensa selva Matavén del Vichada, su sacra diosa, La Gran Estrella, está oculta hace unos 60 años, según sabios de la comunidad; para que ellos dejaran de verla, el hombre blanco propició una acelerada imposición cultural de los “principios” de occidente y con su fanatismo a la industria elevó la polución hasta la cima cósmica donde reposa la Estrella Piaroa, impidiéndole a su hijos contemplarla en sus noches de luna y rezo tradicional; pero aun así digno y admirable este pueblo conserva su calendario ecológico y otros excelsos saberes de su idiosincrasia, los invitamos a adentrase en su mágico conocimiento.

Y así en cada región del mundo, nuestra morada tierra, muchos pueblos y culturas tejen identidades, sostienen pilares espirituales y rituales sin los cuales no existiría ni el equilibrio ni la armonía de la humanidad. Por ello y con la modesta pretensión de promover la memoria de nuestros ancestros y su cúmulo de saberes planteó estas reflexiones. A su vez, hacemos una invitación fraterna a recrear e intercambiar saberes, que no homogeneicen, pero fusionen sueños y proyectos, donde la negación no tiene cabida, pero sí la tolerancia al otro y a lo otro; nuestro compromiso es con las diversidades e identidades con la memoria y las memorias para procurar la armonía humana y natural. Queremos, por tanto fortalecer este entramado de sueños, fundamentados en nuestras raíces y memorias.

Por último hacemos un plausible reconocimiento a Bakatá, territorio de Agua y de memorias, donde nace nuestro proyecto, Fusionando Mundos. Valga pues la Oda al ancestro Bochica, quien dejo su legado de mantas y tejidos; “el venerable instructor Mhuyska dejo para sus herederos el Telar, como elemento ancestral de aprendizaje, pedagogía y símbolo por antonomasia de comunicación, creación e inspiración”, como se señala en el Portal Web, Raíces y Memoria.

Les espero en una próxima entrega narrativa con mi experiencia y proceso de búsqueda de nuestras, raíces y los procesos de comunicación comunitaria.

Ismael Paredes. Bakatá, tierra de agua y memoria, julio de 2014