En plena apuesta por la digitalización y las tablets, muchos padres ponen la vista en este sistema centenario

 

Alas diez de la mañana, un intenso olor a pan recién hecho sale del aula de Infantil de la escuela Waldorf de Aravaca (Madrid), donde niños de 3 a 6 años amasan tranquilamente mientras cantan. Están rodeados de flores secas, cestos de rafia con lanas y juguetes de madera de todos los colores, y disponen de una casa a la que trepar por una escalera de esparto. Esta zona es el lugar ideal para realizar «juego libre y simbólico», quizás la «asignatura» más diferencial de la pedagogía Waldorf, que este año cumple 100 años.

Curiosamente, en plena revolución y apuesta por la renovación educativa de nuestro país, cobra fuerza un tipo de educación que tiene especial tradición en países centroeuropeos y nórdicos, que ven en este modelo educativo una respuesta más humana y respetuosa con el alumno. La didáctica empleada se lleva a cabo desde 1919, año en el que su fundador, Rudolf Steiner, recibió el cargo del industrial Emil Molt de organizar una escuela para los hijos de los trabajadores de la fábrica de cigarrillos Waldorf-Astoria de la ciudad alemana de Stuttgart, aunque a nuestro país no llegó hasta 1975, momento en el que se abrió en Las Rozas (Madrid) el primer Jardín de Infancia en seguir este método alternativo de enseñanza.

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Sin dispositivos electrónicos

De esta forma, en plena apuesta por la digitalización y las tablets, o los procesos de aprendizaje innovadores como son la «gamificación» o el «flipping classroom» en las aulas españolas, en las escuelas Waldorf de nuestro país se mira más hacia el arte, la ecología o las tradiciones culturales. «En el caso concreto de los dispositivos electrónicos, pensamos que pueden tener efectos perniciosos en capacidades como la concentración, la comprensión, la comunicación y el lenguaje», aclara Antonio Malagón, uno de los precursores de esta pedagogía en nuestro país.

Esto no quiere decir, prosigue, «que perdamos de vista el mundo. Somos una escuela del futuro y del presente», remarca Malagón, también presidente de la Asociación de Centros Educativos Waldorf en España, quien aclara que «nos apoyamos en el desarrollo evolutivo del niño, pero estamos siempre mirando hacia las exigencias y retos de la vida moderna». Así, las nuevas tecnologías no entran en el aula hasta bien compezada la Secundaria.

Antes, aclara Elena Martín-Artajo, maestra y directora de Infantil de la escuela Waldorf Aravaca, «el niño tiene que jugar y aprender a pensar por sí solo, que es algo que nosotros potenciamos. Los niños de hoy ya nacen de por sí en un mundo tecnológico, por lo que no se van a quedar fuera en ese sentido. No hay un reto digital para nuestros alumnos. No decimos que “no” a usar la tecnología, sino “cuándo” hacerlo. Es bueno preguntarse qué deja de hacer un niño que está sentado delante de una pantalla: está dejando de moverse, de relacionarse con los demás, de vivir el mundo, en definitiva».

«Es evidente que la tecnología es una herramienta muy útil, pero durante los primeros ciclos de enseñanza –apunta Carmen Olmo, una madre del colegio de Aravaca incondicional de esta pedagogía– es mucho más importante el juego, el contacto con la naturaleza, las rutinas, los cuentos, la enseñanza de la palabra, el desarrollo motor…». Pero, sobre todo, añade Malagón, «el respeto de la propia evolución individual del niño y el fomento de su imaginación y creatividad, aspectos estos dos últimos sumamente importantes para la resolución de los problemas a los que luego se van a enfrentar en la vida».

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Sin apenas libros

Las Escuelas Waldorf no tienen libros hasta Bachillerato, pero siguen el currículum del Ministerio de Educación. Sobre esto se amplía el horario lectivo en una hora para poder incluir asignaturas del ámbito artístico (música, teatro, coral, pintura, modelado…) y prácticas artesanales (lana, costura, escultura de barro y piedra, talla de madera, huerta…).

Con respecto al planteamiento académico, la organización es la siguiente: la jornada se articula sobre una materia principal y, durante cuatro semanas, todo gira en torno a esta: primero se aborda desde lo espacial (con gestos, canciones, cuentas de diferentes colores para integrar unidades, decenas, centenas… etc.) para después pasar al conocimiento abstracto. Los niños no tienen libros de texto apenas, pero sí cogen sus propios apuntes.

Todo esto se observa a la perfección en clase de 2º de Primaria, donde el tutor, Álvaro Caso, da la clase sin libros de texto, pero muestra unos cuadernos realizados por los niños donde estos han recogido la información con sus lapiceros de grafito. En ese aula, ovillos de gruesas lanas de colores están repartidos por todos lados, porque tejer es otra de las asignaturas troncales. «Todos deben saber hacer gorros y calcetines», apunta Martín-Artajo. Es decir, añade Malagón, «se le da mucha importancia a la creatividad y a las artes, pero sin descuidar el conocimiento, cosa que se refleja a la perfección en algunos antiguos alumnos, como uno que es piloto de una gran compañía aérea española y, además, tiene un taller de carpintería».

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La didáctica de la pedagogía Waldorf se basa en la creatividad y en la permanente formación del maestro. Son licenciados y técnicos en educación infantil que, como Álvaro Caso, han optado por especializarse en este sistema. Otra de las grandes diferencias de estas escuelas es la importancia que le dan a la implicación de la familia, que suele ser máxima.

Binomio casa-escuela

«Para nosotros, la colaboración entre las dos partes es fundamental», explica Martín-Artajo, mientras saluda a un grupo de padres que asiste a un taller de cerámica en sus aulas. «Nosotros promovemos la presencia de los padres en algunas de las clases de infantil, y realizamos talleres durante la semana para que puedan acceder al colegio. Para cultivar ese binomio casa y escuela también contamos con una escuela activa de padres, con los que hacemos reuniones pedagógicas y grupos de trabajo y estudios. Una buena relación entre maestros y familias sin duda favorecerá siempre el proceso educativo de los alumnos. Al fin y al cabo, la escuela aporta un 50 por ciento en la educación del niño y la otra mitad la otorgan la familia y el ambiente en el que el pequeño crece y se desarrolla», concluye Martín-Artajo.

 

Credito: Carlota Fominaya – www.abc.es