Lubaba un personaje silencioso exclamó un día: ¡Qué me pasa hoy mientras miro con los ojos cerrados un rio imaginario! Entonces pensó en el silencio que acostumbraba: Siento que algo se mueve en mí. Es una emoción sinuosa como una serpiente que se me desliza a dentro en total calma. He estado días tomando medicina a plena dieta. Preguntando a la luna y tirando los caracoles. A veces divagando y paso de un pensamiento a otro. Tanto movimiento que marea. Tanto agite en el corre-corre diario. Tiempo para comprender y comprendernos.

Hoy estoy agitado de una forma diferente, hice planes y de repente descubro que apropósito me estoy tendiendo trampas para no cumplirlos. Para no hacer lo que debo hacer con toda la entrega. Con la meditación de cada acto. No con la inconciencia del día a día y de todos aquellos rostros que pasan en la calle siendo un reflejo del mío.

Me monto al bus y rodeado de gente, entre la multitud descubro que extrañamente nos tememos los unos a los otros. Reconocernos sería bello. Nadie se mira y cada quien espera su parada en silencio. Hago exactamente lo mismo con la ineludible sospecha que ninguna crítica me dará la satisfacción de la verdad. Que muy adentro no hay verdades que desee, no hay deseos en nuestra esencia.

En ocasiones, como quien se espía a sí mismo, descubro que en mis comentarios se esconde la extraña ilusión del sabio. La ilusión donde el que revela los errores de los otros parece haber alcanzado un grado más de sabiduría. Pero en realidad, sólo sospecho que el sabio necesita tanto del ignorante como los peces del agua y es a través de los errores que percibimos en los otros, donde tenemos la oportunidad de repensarnos con humildad y buscar nuestras propias verdades. Por lo menos ese es mi consuelo por haber sido tantas veces ignorante. Me consuelo pensando que he ayudado para que la sabiduría se descubra en los otros que me corrigen por fortuna. Para que se abone a nuestra historia en común un poco más de saberes. Entonces cada error parece tener tanta razón de ser, que no me lamento por ninguno. El universo es perfecto.

Me muevo, pero esta vez me observo moviéndome. Brincando de un lado a otro, preguntándome, juzgando, hablando. Nada se detiene incluso en la ilusión de quietud. Soy el observador de una película frenética donde también soy el protagonista. Me observo. No me identifico necesariamente con las palabras que salen de mi boca, con lo que la gente dice que soy, con lo que yo mismo creo que soy. Soy absoluta posibilidad de todo y una manifestación de la vida pensándose a sí misma.

Pesada afirmación se me escurre de las ideas, del lugar donde se supone que salen los pensamientos, de aquel maravilloso cerebro. Para pensar esta vez de forma diferente, porque pienso sintiendo. Entonces me digo reprendiéndome a mí mismo de forma cariñosa: “que siempre que yo haga lo que no desee estaré perdiendo el tiempo”, porque el espíritu con impulso nos jalona hacia nuestra verdadera esencia. Aunque en ocasiones hagamos caso omiso a aquel susurro que nos pide reconocernos.

Solo por hoy intentare ver algo más allá del cuerpo que tengo y de lo que digo ser. Intentaré reconocerme, aceptarme sin ser conformista. Mañana será otro día y cada día le daré su tiempo. Ya es una bendición en sí, el estar vivo.