Cuando uno dice “no” es que evoluciona. Todas las revoluciones, es decir las re-evoluciones, inician con un “no”. “No” a la violencia, “no” al sufrimiento, “no” a la injusticia, o cualquier otro “no”.

Y es verdad que al decir “no” aquello que negamos se hace aún más fuerte. Pero a veces, casi siempre, la única forma de vencer al mal es reconociendo su fuerza, su poder, y aprendiendo a integrar esa fuerza, ese poder, dentro de nosotros mismos, por el más alto bien de la humanidad. A veces, casi siempre, la única manera de alcanzar el cielo es atravesando el infierno, y la única vía para llegar a la paz es por medio de una larga guerra.

Así que alguien tiene que poner las cartas ocultas sobre la mesa, alguien tiene que decir “no” a tanta felicidad falsa, a tanta hipocresía. Alguien tiene que demostrar que no todo está tan bien como parece. Y ese alguien por lo general es un espíritu adolescente; pues no hay espíritu más libre, más rebelde y más fiel a sí mismo que el espíritu de la adolescencia.

Tu adolescente interior está diciendo en este momento “no”, y es muy probable que esté diciendo “no” a su propia familia o a su propia cultura de origen, a los karmas de esa familia o de esa cultura, a esos karmas que quieren esclavizarlo, que pretenden hacer de él una marioneta, que se empeñan en hacerle creer que él nació para ser su chivo expiatorio.

“No”, el espíritu de tu adolescente dice “no, ya basta”. Y estaría bien que tu abuela y tu abuelo interior, abrazaran ese “no”, abrazaran a ese adolescente y le dijeran: “estamos contigo y estaremos contigo, en tu exilio voluntario, en tu abrir las alas, en tu dejar atrás el nido, en tu abrazar tu soledad con entereza y virtud”.

Tal vez sea necesario que tu espíritu adolescente se pierda un tiempo, lejos de casa. Si tú estás ahí, como abuelo, como abuela, acompañándolo, aconsejándolo, tarde o temprano él reconocerá que los males que tanto veía en los otros también están dentro de él. Sólo entonces comprenderá que la revolución más pura es la revolución interior.

No es contra su familia, ni contra su cultura, ni contra nada externo que él debe pelear. La pelea es consigo mismo. Y el sentido profundo de esa pelea es aprender a trascenderse, a curarse, a liberarse de sus propios males; abrazándolos, amándolos, aceptándolos; hasta el punto en que ellos se dobleguen y caigan rendidos ante el poder de su amor; hasta que todos los monstruos aterradores que tanto lo perseguían por fin dejen ver su lado flaco, su niño herido, y no les quede más remedio que rogar por su propia redención.

Así, tu espíritu adolescente se convertirá en una luz, en un faro, para sí mismo, para su familia, para su tribu, y para toda la humanidad; y tú estarás allí, como abuela sabia, como abuelo compasivo, siempre abrazándolo, siempre recordándole que su revolución inició con un “no”, y que gracias a ese “no” ahora todos podemos ser libres.

Fragmento de su libro: “La voz de la adolescencia”.